Lo primero es no pensar que estás abandonando a los peques y aprender a gestionar el sentimiento de culpa. Piensa que a ellos les va bien salir de la rutina y socializar con otros adultos. Trabajar en su independencia es indispensable y alejarlos del cordón umbilical de vez en cuando es un must. Así que elige víctima, digo familiar/canguro/amigo, al que le gusten tus monstruitos y ya.
Está claro que hacer que los planetas se alineen no es cosa fácil, pero imposible tampoco es. Y, por lo pronto, todo se reduce a negociar bien con el/la adulta responsable que se quede cuidando de los peques. Y es que, para convencer a alguien hay solo dos opciones: pagarle (véase el caso canguro) o vender humo a un familiar/amigo como si no hubiera mañana. Aquí algunas frases que te pueden ayudar:
Te los dejaré dormidos.
Como mucho te pedirán agua.
Te dejo abiertas todas las plataformas de series.
Coge lo que quieras de la nevera.
Os he dejado la cena lista.
Queda algo en el minibar.
Te debo una y de las grandes.
Llegado el día D tienes dos opciones a la hora de abandonar el nido. La primera es confesar y explicarle a tus mini-monstruos, con tiempo, que vas a salir de fiesta con tus amigos, que lo necesitas, que eso te hace feliz, que será mientras ellos duerman y que no se van ni a enterar. También puedes decorarlo hablando de la persona que se queda a su cargo, de lo guay que es y de las ganas que tiene de verlos. La segunda opción es convertirte en ninja, acostarlos como si nada, y salir de casa sin que se enteren. Pero ¡ojo! Esta opción solo funciona si tus hijos duermen toda la noche del tirón.
Vale, una vez cierras la puerta de casa has de desconectar. Céntrate. Esta noche es tuya y solo tuya. Recuerda: el autocuidado personal es esencial. Si tu eres feliz, los demás también lo serán. Como en el avión: primero tu mascarilla de oxígeno, luego la de los demás. Así que cabeza alta, sonrisa puesta y ganas, muchas ganas, que la noche promete. Riete, salsea, baila y charla, que hoy no hay manitas tirando de tu camisa mientras hablas con alguien, ni lloros, ni nada de nada. Eres libre de hacer lo que quieras. ¡Ah! Y prohibido mirar el reloj o el móvil, lo tienes con el volumen a tope, si pasa algo: ya te llamarán.
El mantra con el que vas a despertar al día siguiente va a ser este: “Ha valido la pena – Esto hay que repetirlo – mínimo una vez al mes – qué guay, qué guay, qué guay”. Porque sí, te despertarás cansada y con tus monstruos dando por saco desde primera hora, pero esa noche no te la quita nadie y esa sonrisa con cada flashback te va a dar mucho de qué hablar cuando se te pase la resaca. (Hablamos de resaca emocional, claro está).
Pues dicho esto ya solo nos queda despedirnos hasta el siguiente artículo, pero no sin antes añadir una cosita más: amiga, la vida son dos días, así que aparca a las criaturas un ratito que tu eres mucho más que solo una mamá.